martes, 26 de abril de 2016

Los pasajeros del tejado, sobre la baca del autocar.



 Hace unas semanas nuestra amiga Montserrat, nos preguntaba si lo que ella creía recordar haber visto en los años sesenta podía ser real o eran falsos recuerdos.
Nos comentaba que recordaba haber visto personas viajar sentadas sobre la baca de un autocar. Realmente, hoy nos cuesta creer en ello principalmente porque la baca ha desaparecido de los actuales autocares.
Pues bien, a pesar de las muchas trampas que nos tiende la memoria estamos seguros que Montserrat vio y tal vez viajó en uno de estos coches de linea con pasaje en el tejado.

Teníamos algunas fotografías  para poder demostrar esta curiosa forma de viajar, pero  en nuestra colección, abundan fotografías de hermosos autocares con infinidad de tipos de asientos para albergar a los viajeros del tejado, pero el problema es que en su mayoría carecían de lo esencial, los viajeros.
Gracias al fantástico blog del Sr. Xavier Maluquer, Històries del transport per carretera de Catalunya, del que tomamos prestadas la mayoría de fotos para ilustrar esta entrada.

La Baca
No hemos encontrado una definición de este artilugio que aún hoy, sirve para poder añadir la impedimenta sobre los vehículos, que incorpore los usos que nosotros queremos resaltar.
En los albores del transporte las personas solían viajar sobre los fardos de los carruajes, mas adelante cuando las galeras comenzaron a transportar viajeros a lo largo de los caminos reales ya empezaron a habilitarse unos espacios sobre la caja del vehículo para alojar las valijas de los pasajeros y en el espacio restante, se podía albergar algunos pasajeros.
Las diligencias ya incorporaron la baca como una clase de viaje como la berlina o la rotonda.
Cuando los primeros ferrocarriles adoptaron los carruajes de las diligencias para transportar viajeros, en ocasiones también incorporaron la baca y su viajeros de las alturas, aunque pronto la posibilidad de añadir mas coches hizo poco práctico y desapareció del universo ferroviario, aunque algunos años regresara transformado en Imperial sobre todo en tranvías y ómnibuses.

Los primeros auto-ómnibus, herederos de las diligencias, incorporarían este artilugio para poder incrementar su escasa capacidad, en principio como alojamiento de equipajes, aunque pronto incorporarían bancos cada vez mejor adaptados a la comodidad de sus pasajeros.
Podríamos decir que desde los inicios de la automoción hasta finales de los sesenta la baca fue un complemento casi obligatorio en todos los autocares de línea.
Era necesario encaramarse por las minúsculas escalinatas plegables para subir maletas, cajas, petates, baúles y mochilas a lo alto del autocar que cada vez se construían más altos.
Finalmente quizás por la incomodidad y lentitud de aquella maniobra o la posibilidad de que con la mayor velocidad que podían adquirir aquellos vehículos en las nuevas autopistas y la peligrosidad de que los equipajes salieran volando e impactando contra otros vehículos, aconsejaría a realojar los bagajes en unas nuevas bodegas que se alojarían bajo la cabina del vehículo.
 Viajeros regulares.
               El viajar en el tejado tendría dos vertientes, una digamos oficial perfectamente regulada que correspondería a los vehículos que disponían de bancos e incluso una perfecta plataforma con parapetos para proteger a sus ocupantes de caídas e incluso del viento.
En los años sesenta en las  líneas de autocar de la vertiente cantábrica, existían lineas regulares con magnificas cubiertas que casi se convertían en auténticos imperiales.
De todos modos, debería ser una proeza viajar en la baca de aquellos autopullmans en uno de los más que habituales días de tormenta de la región.

Viajeros clandestinos.  
           Otra vertiente, quizás más interesante para nosotros, es la clandestina, los viajeros que por las carencias de la época  para poder conseguir desplazarse, debían viajar en ocasiones jugándose el tipo sentados en la baca de equipajes sin mas comodidad que las barras para poder aferrase.

Si bien es verdad que la velocidad de los coches de linea de los años cuarenta y cincuenta permitían viajar de este modo con cierta seguridad, estamos convencidos que debieron haber bastantes victimas de caídas,muchas de ellas en el ascenso y la bajada, sin hablar de las consecuencias en caso de vuelco u otro tipo de accidentes.
Sin duda los viajeros que más debieron navegar sobre aquellas naves, serían los niños; antes de los sesenta, no existía la sobre protección sobre la infancia de nuestros días, todo era más brutal y los infantes representaban una carga más liviana para las no excesivamente reforzadas carrocerías de entonces, por otro lado su mayor agilidad les permitiría subir y bajar mejor que a los adultos, y finalmente en caso de caída los daños solían ser mas leves que en los adultos.

Con referencia al comentario de Montserrat sobre si en los años sesenta y en Barcelona podía haberse dado esta situación, nuestra respuesta es contundente, sí, en mi caso. Ferradures aún tardaría unos cuantos años en poder tener algún tipo de experiencia de cualquier tipo. Hacia 1965 recuerdo en una excursión hacia la zona del Montnegre, que en el último tramo ya fuera de la carretera general algunos de los ocupantes de los tres autocares tuvieron que viajar en la baca del coche más pequeño, mientras que otros seguiríamos el resto de trayecto a pie mirando sin duda con cierta envidia a aquellos privilegiados del techo del autocar.

Terminaremos  dedicando esta entrada a Montserrat Vilaró con nuestra amistad de mas de seis años compartiendo comentarios en nuestros tan diversos blogs,
Per molts anys Rosa d'Abril!!!

miércoles, 13 de abril de 2016

Las hojas muertas y los raíles soterrados.

Bois de Bolulogne 1978



Hace unos días sonaba por la radio una antigua canción francesa  "Les feuilles mortes". El programa, uno de los puntos comunes entre ferradures i rails, iba sobre la música que introduciéndose en nuestra cabeza vamos tarareando automáticamente para delicia de nuestro subconsciente y horror de nuestra razón.
Al poco, mientras buscábamos por nuestras polvorientas carpetas un texto con el que rememorar el retorno del tranvía moderno en 1984 en Nantes, dimos con un artículo de Julio Manegat en el diario vespertino, El Noticiero Universal.


Lo rescatamos para ustedes, estos días de agrias e interesadas descalificaciones sobre el tranvía de la Diagonal, esperando que bajo las hojas de otoño y sobre el asfalto urbano vuelvan a brillar plateados raíles bruñidos por las ruedas de la nueva "carrozza di tutti" 


Plaza de Tetuán 1958 , Francesc Catalá Roca

El tranvía
  Era una aventura subirse o bajarse del tranvía en marcha.
Barcelona, antes y después de la guerra civil, que siempre será la más incivil de las guerras, estaba  llena de tranvías, amarillos primero, colorados en los años de la sangre, amarillos de nuevo después. Los barceloneses de entonces, jóvenes o viejos, adolescentes apenas nosotros, los niños que nos hicimos hombres brutalmente en aquellos años, conocíamos todos los recorridos de las líneas del tranvía: los del Paseo de Gracia, los de las Ramblas, los de la Rambla de Cataluña que, no sé por qué  nos parecían más íntimos y familiares, casi más «distinguidos»... Y, por supuesto, los inolvidables tranvías que  nos llevaban, olor a sal y a patatas fritas «de churrería», cuando descendíamos  casi a la orillita de la mar, junto a los baños de «Los Astilleros». Y los que circunvalaban la ciudad en una añoranza de barrios lejanos y casi inasequibles…
Barceloneta 1957 Brangulí fotografos

Aquellas «Jardineras» y los increíbles «Imperiales», línea 22, que llenaban de primavera apresurada los aires de marzo, o de otoño fresquito y anochecida inesperada en septiembre y octubre. Tranvías para ir al instituto, a la Universidad, al trabajo, o, tal vez, en una emoción aventurada, hasta los barrios «extremos» de Sants, de Horta, de Nuestra Señora del Coll.. El «boom» del motor acabó con ellos y sólo nos dejó, en una estampa de cromo  romántico con iniciales entrelazadas; el tranvía azul de la avenida del Tibidabo para  llevarnos hasta, el funicular.  
 Todavía, como las hojas muertas de Jaques Prevert, tenemos en Barcelona vías muertas, raíles sin sentido que no conducen a ninguna parte, como no sea a la nostalgia de una Barcelona que aún era habitable. Hace ya muchos años que me dijeron en el Ayuntamiento que resultaba demasiado caro arrancar las vías muertas y que, por lo tanto, salía más económico cubrirlas periódicamente de capas de asfalto.  
Puede que, a la larga, tuviesen razón, y hasta insospechada intuición, porque en distintos países europeos se está volviendo al tranvía. Así en ciudades como Nantes y Grenoble, y también en Estrasburgo, como en algunas urbes alemanas y escandinavas. 

Ahora, acaso por aquello de que sólo sabemos lo que tememos cuando lo perdemos, se piensa que el viejo tranvía no contaminaba en absoluto el aire qué respiraban los ciudadanos y que incluso era más barato Y menos ruidoso -extremo éste que pongo en duda-  que los autobuses de gas-oil.  
 El tranvía, por otra parte, no se desviaba jamás de su camino y, -por si fuera poco, era más puntual que el «bus», incluso en un país como España, donde la falta de puntualidad forma parte del patrimonio nacional. Uno guarda en la memoria de su corazón muchos «viajes» en el 22, en lo alto del «Imperial» con las primeras novias hechas de miedo y ternura, de no me engañes y te querré siempre...
Julio Manegat 1958
Palabras que rozaban las hojas de los plátanos que a veces truncaban un fugaz y decentísimo beso que urgía, confesión y penitencia.
En Europa, que estamos en años de ahorro, se piensa de nuevo en el tranvía, que no precisa las costosas inversiones del Metro, y se dice, así, como suena, que podría ser otra vez la panacea del futuro del transporte público.
En Barcelona, aunque las novias no  fuesen las mismas, abuelitas ya, podríamos aprovechar muchas vías muertas hoy, como las hojas muertas que resucitan y que esperan ahí, bajo el asfalto de infinidad de nuestras calles, tal vez de muchas de nuestras nostalgias que se tornarían presencia de recuerdos, de llegaré tarde, amor, y luego me riñen en casa... ¡Lo que son las cosas...! A lo mejor, nuestros nietos jueguen otra vez a novios en los tranvías.

Julio Manegat   El Noticiero Universal 8 de febrero 1985

Al poco de aparecer este artículo el negro asfalto comenzó a cubrir los raíles que aún brillaban por las calles de Barcelona para los nostálgicos nos quedaban algunas rosetas huérfanas de sus cables  en antiguas fachadas.
Pero como equilibrando la balanza nuevamente y del equipo de Mercè Sala comenzó un estudio de implantación entre 1989 y 1992 de un tranvía en la Diagonal del que a principios del siglo XXI saldrían los Trambaix y Trambesòs que hoy esperan su definitiva unión. 

Y mientras tanto en todo el mundo han resurgido nuevas líneas desde Sevilla hasta Washington.
Fotografía de Martin Miller publicada en Richard's Tram Blog, 2011.